Pues resulta que sí, que el domingo lo consiguieron. En un solo día, la calle Semoleres cambió de principio a fin. Persiana tras persiana, graffiti tras graffiti, los sprays cobraron vida en las manos de los artistas y cada persiana se convirtió en una obra personal, única y, sobre todo, de buen rollo. Todos colaboraban desinteresadamente, respondiendo a la convocatoria, también desinteresada, de los chicos del taller abierto Géneros de Punta. Iniciativas como ésta demuestran que, afortunadamente, todavía queda gente que es capaz de liarse el spray a la cabeza, únicamente… por amor al arte.
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¡Búscalo!
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